El arte de comunicantar

El mismo hecho de redactar resalta varias de las funciones de la comunicación. Comparto las mil definiciones propuestas en su teoría que propone ese proceso mediante el cual se transmite y recibe información de una entidad a otra, a través de un medio y demás actores. Me gusta entenderlo no solo como un flujo de datos y connotaciones afectivas, sino también como un espectro de conocimiento.

Complementando al saber por lo que nos rodea, acontece y compartimos, una comprensión del Yo al igual que el "yo-yo", desde arriba hacia abajo, y viceversa. Un auto-servicio completo que, además del contenido y la forma, una limpieza exhaustiva del contenedor, apostillada como terapia. El suculento paquete del viaje hacia "la tranquilidad" incluye una introspección diaria de un minuto, comunicación saludable y orientadora antes de sacar la cabeza por la ventana hacia esa jungla de interferencias.



Sobre los contenidos, manejados por los medios a su libre albedrío. La expuesta subjetiva verdad concuerda con la inexistente transmisión de conocimiento por conveniencia. Ni la de los dueños, promotores, ni financieros de tales organismos. Un pensador comentaba que el conocimiento es poder, y en este sentido mi ambivalencia entre poder ayudar o poder joder. Abierta la discusión para mejores sofistas.

Asumamos la responsabilidad de esparcir conocimiento, de transmitir valores y educar, en un acto enriquecedor e infinito. Por otro lado, dejar de asumir que la audiencia sabe o posee la capacidad para entender y sentir a nuestro ritmo, aparcando la comodidad del flujo mínimo de oxígeno en el apreciado regalo cerebro, remando hacia un ejercicio mayoritariamente asertivo. El esfuerzo para ajustarnos, en todas direcciones, a un entorno diferenciado de diversidad intelectual.

Las emociones afectan nuestra toma de decisiones. En gran medida, repercutiendo sobre lo que comunicamos a la vez de lo que percibimos, tanto por la vía oral, escrita, gestual, y la no racional. De esta última, desconozco aun la relevancia del medio o formato -telepático, consciente o no- en que nos relacionamos. La aceptación de un modelo intangible facilitaría su desarrollo y utilización, preferentemente en aplicaciones militares, proclives a caer en manos poco limpias. Esta influencia de las primerísimas sobre nuestra expresión se refleja inclusive en sentido inverso. 



En línea con ideas de la programación neurolingüística, las palabras que usamos, el modo de caminar o de sentarnos, por ejemplo, pueden mejorar o empeorar comportamientos, incluso destrezas cognitivas. Somos lo que comemos, y comemos lo que somos. Recuerdo un entrenador de perros que hacia milagros en la actitud de estos animales, simplemente levantando sus colas al caminar. Los humanos no la tenemos, pero me atrevería a situarnos a la cola de la cultura correctiva, preventiva y de la mejora constante.

Saliendo del cascaron, nos adentramos en el cruel pero cautivador mundo de las ventas. Me atreveré a dedicarle unos párrafos a la rama del neuromarketing por su contribución a los métodos persuasivos que evaden decisiones a mi voluntad. Como ejemplo, dos tiendas que ofrecen idénticos productos al mismo precio. Sus escaparates y diseños deben convencer al comprador mediante técnicas menos invasivas, en contra de sugerentes carteles fluorescentes radiando mis pupilas. Olor a lavanda, sonido de cascadas, jazz, sillas como tronos, plantas. El Edén y todas sus frutas. Ornamentos que incitan a la víctima a extender su visita en el establecimiento, así como focalizar su visión en áreas y productos determinados, aumentado las opciones de compra. Del lado más consciente, en hostelería y restauración se utiliza otras armas para optimizar la rotación de las mesas, así como la elección de los platos más rentables para la casa. Aires acondicionados a nivel polar, volumen para oídos sordos, hasta barrerte bajo la silla. Forma sutil de invitarte a pasear a la calle. Pero antes, en un alarde de pasión por el cliente, unos dulces caramelitos, una sonrisa del tipo patada en el trasero, y un estimado agradecimiento, son probables disparadores de una no merecida propina.

Qué decir del sexo en comunicación. Dentaduras blancas, labios carnosos, músculos privilegiados, escotes pronunciados. Publicidades y diseños subliminales al acecho en cualquier ocasión. Todo vale para alzar mis hormonas por los cielos, y así activando el rol de consumidor. Recordando la base de Maslow, cubre mis primarias, que las definiré como las 3 Cs, casa, comida y coito, y me tienes en el bote.



El arte de presentar en público, variable en número y pretéritos, simples y compuestos, requiere hartas horas de entrenamiento. Es una de las habilidades más solicitadas en el ámbito laboral. Superar el miedo a una audiencia desconocida es primordial, ya que se muestra lo que se siente. Los oyentes podrían reaccionar con muestras de pasividad o aburrimiento. Destellos de creatividad, frases graciosas, humor amarillo, o chistes malos, cualquier herramienta emocional es válida para que los participantes se hagan miembros de nuestro discurso. Un buen ponente se caracteriza por dejar a la vista posibles dudas, por ende preguntas y sus argumentos premeditados.

Un prefijo para terminar: la hipercomunicación como paradoja de la elección. Envueltos en un amasijo de opciones que no son siempre oportunidades, aunque las parezcan. Más bien, obstáculos a la hora de decidir. Y esto se aplica tanto a la compra de un producto como a las relaciones amistosas o de pareja, reales o digitales. Enredados en un análisis multivariable, la viabilidad de que haya algo o alguien mejor puede derivar en duda y frustración constante. Un escaparate ligero así como un tejido social moderado podría resultar en elecciones rápidas y convincentes, favoreciendo la compra y consumo, las relaciones y nacimientos, en definitiva, alimentado el circo económico.


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